En las aulas de la Escuela Primaria N°49 de Moreno, Pcia de Buenos Aires, donde el contexto social muchas veces impone desafíos que parecen insuperables, sucede algo extraordinario. Aquí, la música no es una materia del cronograma escolar, sino que los chicos y sus familias (vayan o no a la Nro 49), eligen este espacio fuera del horario escolar para crear un mundo maravilloso. Acá, la música es muchas veces la excusa perfecta para encontrarse, y entre todos ser parte de un motor de cambio, una ventana al mundo, y un abrazo colectivo que une a niños, docentes y comunidad en un acto de esperanza y amor.

Los docentes que llegan los días de semana -y fines se semana también-, algunos desde Capital Federal y otros desde distintos puntos del conurbano bonaerense, son más que educadores; son guías, soñadores y artistas de la resiliencia. Ellos, con su vocación inmensa y un talento que no se mide solo en técnica sino en humanidad, han construido un espacio donde los chicos pueden descubrir su voz, tanto literal como metafóricamente. Cada instrumento afinado, cada canción entonada y cada acorde aprendido se convierte en una herramienta para expresar lo que muchas veces no se puede decir con palabras.

Y dentro de un contexto desfavorable, donde las carencias suelen ser protagonistas, estas profesoras y profesores logran que la música trascienda las dificultades materiales. Con creatividad y pasión, transforman palillos caseros, guitarras desgastadas y voces tímidas en orquestas que emocionan y contagian esperanza. Pero lo más importante es el mensaje que siembran: a través de la música, los chicos no solo encuentran un sentido cultural, sino también el valor de ayudar a los otros, ayudarse y cuidarse entre ellos, viviendo algo mas que una hermandad musical.

Los niños y niñas de la Orquesta San Carlos II de Moreno (la cual forma parte del Programa Coros y Orquestas de la Provincia de Buenos Aires), no solo aprenden a tocar; aprenden que la música es una herramienta para tender la mano para construir puentes. Con conciertos solidarios, actividades comunitarias y proyectos que buscan llegar más allá de los muros de la escuela, demuestran que las melodías también pueden curar heridas y unir corazones.

Todo esto se puede vivir y sentir en carne propia, cuando todos los niños y niñas de diferentes edades, sin importarles si hace frio o calor, llegan para hacerse cargo no solo de sus instrumentos, sino también de todos los que forman parte de la orquesta. Y esto sucede porque todos saben lo que representa cada uno de ellos; y el día de cada evento, llegan muy temprano a la escuela a buscar los instrumentos y, ya sean pocas cuadras o no, todos son uno, y llenan las calles dando un hermoso ejemplo visual para toda la sociedad no solo local. Muchos instrumentos, lógicamente les puede pesar, pero ellos no aceptan ayuda, y lo cargan con la responsabilidad que saben que tienen y siempre con una sonrisa para regalar.

Es que este logro no es casual; sino que es fruto del esfuerzo cotidiano de todos los profesores y familias que muchas veces trabajan en silencio, con recursos limitados pero con una fe inquebrantable en el potencial de sus alumnos. Creen en cada niño que entra al aula, incluso cuando ellos mismos dudan de su capacidad.

Y es asi, como a través de la música, les enseñan que los sueños no tienen límites, que pueden ser compositores de su propio destino, y que, aún en medio de la adversidad, siempre habrá algo que celebrar.

Estos docentes son parte de nuestros héroes cotidianos. No necesitan aplausos, pero se los merecen. Porque gracias a ellos, la música no solo suena: transforma, sana y construye futuros.

Que su ejemplo nos inspire a todos, recordándonos que en las manos de estos apasionados, cualquier herramienta, incluso una humilde melodía, puede cambiar el mundo.


Sandra y Rubén, presentes!


Txt: Adrián Arellano

Foto portada: Maura Rossi

Fotos pie de nota: Adrián Arellano